Nos gusta el Romancero viejo porque nos evoca la tradición popular de la Edad Media, y hace que nos imagemos a sus protagonistas como héroes cuya leyenda supera su propia vida, hermosas doncellas enamoradas de su caballero: en definitiva, personajes de cuento. Además, su ritmo perdura en nuestra memoria como la musiquilla infantil con la que hemos querido acompañar estos versos.
Yo me levantara, madre,
mañanica de San Juan,
vide estar una doncella,
ribericas de la mar.
Sola lava y sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños se enjugan
dice la niña un cantar:
Do los mis amores, do los,
¿dónde los iré a buscar?
Mar abajo, mar arriba,
diciendo iba un cantar,
peine de oro en las sus manos
y sus cabellos peinar:
dígasme tú, el marinero,
que Dios te guarde de mal,
si los viste a mis amores,
si los viste allá pasar.
La creación del Romancero es una de las grandes conquistas de la literatura en España. Transmitidos de generación en generación por vía oral, estos breves poemas épicos y líricos, cuyo origen se remonta a los antiguos cantares de gesta, encontraron su redacción escrita y con ella su supervivencia en todos los dominios del ámbito hispánico, de forma que influyeron en gran parte de la poesía posterior.