sábado, 27 de febrero de 2016

NEGRA SOMBRA

Hace tres días se cumplían 179 años del nacimiento de Rosalía De Castro. La editorial Reino de Cordelia lo celebraba publicando una novela sobre los últimos días de la poeta gallega, enferma en su casa de Padrón, desde la que veía el mar..., o creía verlo, quién sabe. El libro empieza con frases suspendidas en el aire, melancólicas y tímidas, que acaban en puntos suspensivos, como si lo que quisieran decir estuviera más allá de las palabras y su torpe significado.
Rosalía de Castro es Galicia, es la exaltación lánguida y melancólica de una poesía romántica para leer en voz baja, en días de lluvia, al calor de una chimenea. Y no sabríamos definir lo que tiene esta mujer que nos atrae hacia su tierra y sus versos de manera inevitable. Quizá sea el amor hacia las cosas sencillas, hacia la tierra húmeda y las palabras que se quedan dudando entre su significado y su contrario. O bien la pasión por un idioma que a través de ella brilló en la literatura como nunca antes lo había hecho. Lo cierto es que volvemos a ella como se vuelve a un destino que, de tan nuestro, se ha convertido un poco en nuestro hogar: una Galicia hecha verso. 




NEGRA SOMBRA

Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales,
vuelves haciéndome burla.

Cuando imagino que te has ido,
en el mismo sol te me muestras,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que sopla.

Si cantan, eres tú que cantas,
si lloran, eres tú que lloras,
y eres el murmullo del río
y eres la noche y eres la aurora.

En todo estás y tú eres todo,
para mí y en mí misma moras,
no me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras.



Rosalía de Castro debe colocarse, junto con Santa Teresa de Jesús, en el podio fundamental de las letras femeninas (si es que acaso esa etiqueta es aplicable a la literatura) en español hasta antes del siglo XX. Nacida en 1837, su vida estuvo marcada por el hecho de haber nacido hija ilegítima de un sacerdote y una mujer de la nobleza compostelana. Ese detalle biográfico marcará para siempre toda su vida convirtiéndola en una mujer acomplejada. No obstante, eso no le restó fuerza en otros ámbitos de su vida. Fue una mujer luchadora, siempre interesada por la literatura, la música, el dibujo o la declamación y se conoce especialmente por haber sido una de las precursoras del Rexurdimento gallego, que dio de nuevo voz y valor a las letras gallegas y posicionó a la lengua en lo más alto del discurso cultural del siglo XIX gallego. Murió en 1885 dejando un legado cultural al que volver constantemente.




"Perfil de Clotilde" (1884), Joaquín Sorolla (1863-1923)

sábado, 20 de febrero de 2016

MIL

En esta casa vive una gallegófila enamoradiza. Una gallegófila madrileña que aprendió a hablar gallego para poder leer a Manuel Rivas en su lengua madre. Una gallegófila que no sabía que lo era hasta que, un día, en su instituto, un par de cuentacuentos, contaron los relatos de Ella, maldita alma y de ¿Qué me quieres, amor?. Desde ese momento, la madrileña enamoradiza se enamoró de las palabras y de la figura de Manuel Rivas. Iba a verlo a las Ferias del Libro, leía y recomendaba sus libros y hasta se interesó por su poesía. 

La gallegófila enamoradiza conserva, firmado, un libro de poemas que se llama El pueblo de la noche y Mohicanía revisitada, un poemario al que vuelve a menudo. Sobre todo para leer lo que para ella es una de las mejores declaraciones de amor que se han escrito en los últimos treinta años, en verso.



MIL

Tengo algo importante que decir
ahora que acabamos de despedirnos
para siempre.
Te quiero.
Clávame las uñas,
pero has de saber que también fui sincero
las otras mil veces.

Ella me acusa de no tener sentimientos
porque hablo y hablo
o no hablo.
Se va a comer las uñas,
sus altivas uñas escarlata.
Pero me iré.
Se lo dije y rió indiferente,
pero me iré
o no me iré.
Llegaré a una de esas ciudades,
no tan grandes como una ciudad,
donde se para el tren y ya no hay más tren,
con monjas que se sientan sobre un barril de cerveza
en la estación,
y miles de cuervos que esperan con sorna a El-Rey
o una cámara de cine.
De esa ciudad sale un autobús
tan viejo
que tiene un conductor que fuma
y que habla con los viajeros,
justo en cada curva,
cuando llueve,

y lo hace cada día desde siempre,
limpia el cristal con la mano,
como si estuviésemos cayendo,
llueve también dentro.
Y no pasa nada,
pues llegamos cuando escampa,
y sólo gotea en el autobús,
todos mojados menos los paisanos
que ríen
o no ríen.
Ésta ya no es ni ciudad ni nada,
pero hay un barco panza arriba
y una playa de arena negra.
Y hay también una cabina de teléfono.

¿Me oyes? Estoy en una cabina.
Si, bien.
No, nada.
Llovía en el autobús.
Sólo hay un bar.
Sí, tengo monedas.
¿De verdad? Yo también. No, aún no se corta.

Sí, sigo aquí.
No, no estaba pensando.
Escuchaba, eso es todo.
No sé qué decías. Escuchaba.
No, no es un libro.
Son las hojas de la guía.
¿Sabes cuál es el prefijo de Ras-Al-Khaimah?
Marcas 07, luego 971 y después 77
y ya puedes hablar con alguien en Ras-Al-Khaimah.
No, no es que no te escuche.
Escucho, sólo quiero escucharte.
Pero no me preguntes lo que dices.
No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo,
entender y pensar en ti.
Qué fácil es hablar con cualquier lugar.
No, no cortes, por favor.
Si cuelgas,
llamaré a Ras-Al-Khaimah
o a cualquier lugar.
Mientras tú hablas, no tengo frío.

Él era fuerte y débil
como un marine yanqui.
Ella, frágil e invencible,
como una guerrillera del Vietcong.



El padre de Manuel Rivas (1957), albañil, quería que siguiera sus pasos; su madre, lechera, le aconsejó seguir un trabajo en el que no se mojara, así que hizo caso a ésta, y se empeñó en estudiar, lo mismo que su hermana. Así llegó a ser periodista, socio fundador de Greenpeace España y escritor, y sin darse mucha cuenta, se convirtió en un ídolo para multitudes de gallegófilas enamoradizas y uno de los mayores referentes de la literatura gallega y española contemporáneas. 


The Plaza after rain (1908), Paul Cornoyer (1864-1923)


sábado, 13 de febrero de 2016

PRONOMBRES

Uno de los verbos que más se repiten en los poemas de La voz a ti debida es vivir. Vivir en un mundo que merece ser vivido, vivir para disfrutarlo, para hacerlo nuestro y para cambiarlo. Vivir como sinónimo de amar, vivir a través de un sentimiento que transforma la existencia en algo nuevo y poderoso, y que a veces hace pensar que lo de antes no era vida. Vivir, también, en las palabras, en los pronombres, tú y yo, para volver a la esencia de lo que somos y desde la que vivimos, y amamos. Y vivir para compartir la pasión por la poesía y por la música, como hacemos en este blog, con una ilusión artesana por la belleza de las palabras. 

Nos gusta pensar que vivimos en los pronombres. Que un tú y un yo son suficientes para sentir el mundo en todo su esplendor. Y para darle un sentido. 
Acaban de reeditarse las cartas de amor que Pedro Salinas escribió a Katherine Whitmore. Razón de más para volver a sumergirse en los pronombres de uno de los mejores poetas del amor. 




Para vivir no quiero 
islas, palacios, torres. 
¡Qué alegría más alta: 
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes, 
las señas, los retratos; 
yo no te quiero así, 
disfrazada de otra, 
hija siempre de algo. 
Te quiero pura, libre, 
irreductible: tú. 
Sé que cuando te llame 
entre todas las gentes 
del mundo, 
sólo tú serás tú. 
Y cuando me preguntes 
quién es el que te llama, 
el que te quiere suya, 
enterraré los nombres, 
los rótulos, la historia. 
Iré rompiendo todo 
lo que encima me echaron 
desde antes de nacer. 
Y vuelto ya al anónimo 
eterno del desnudo, 
de la piedra, del mundo, 
te diré: 
«Yo te quiero, soy yo».


La obra de Pedro Salinas estuvo marcada por la relación que tuvo con Katherine Whitmore, una profesora de español que conoció en los cursos de la Universidad Complutense y con quien mantuvo un romance prolongado durante años, marcado por la distancia y el exilio. Tres libros inspiró dicha vivencia: La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento, sin duda la cumbre de toda su obra. 

Donna Rossa (1918), Amadeo Modigliani (1884-1920)

sábado, 6 de febrero de 2016

HÁBLAME DE LA LLUVIA


El poemario de María Monjas, Háblame de la lluvia, es de esos libros que aparecen entre las estanterías de una librería del centro y uno no puede desprenderse de ellos así como así. Sus poemas hablan de un amor sencillo, de un estar en la vida sencillamente, de la crítica social, del 15M, de la ciudad o del miedo. Su obra entra por los ojos, pero se queda guardada en el corazón. 

Rescatamos del poemario un poema homónimo: "Háblame de la lluvia". El agua de lluvia es una fuente de vida, de alegría, pero cuando cae toda de golpe, nos vuelve a entrar el miedo, y abrimos los paraguas. Una reflexión fantástica sobre nuestras propias limitaciones, los miedos autoimpuestos y las cadenas que a veces nos atan.



Háblame de la lluvia

Las gotas de lluvia son de una fragilidad infinita;
surcan senderos de lágrimas en las ventanas,
peinan los pétalos de las flores rojas,
inundan los mares.

Si pruebas a mirar al cielo
te besan los ojos;
corretean sensuales por tu cuello,
salpican de sueños tus pestañas.

Las gotas de lluvia son como las notas de un adagio;
pedalean tus calles y tus puentes,
empapan tus estancias de tristes alegrías,
deshabitan de recuerdos el olvido.

Los días de lluvia son de una belleza admirable;
pero al final, no sé por qué,
nos vuelve a entrar el miedo
y abrimos los paraguas.



María Monjas (1974) es una autora vallisoletana que escribe desde el feminismo como convicción vital y social. Ha investigado sobre la influencia de las lecturas adolescentes en los estereotipos de género; ha realizado labores de voluntariado con mujeres; ha viajado a Bolivia donde ha sido testigo de la situación de las mujeres de la calle y, en la actualidad, colabora con Amnistía Internacional por los derechos humanos de las mujeres. María es, además, una mujer lúcida, libre y vital. Poder escucharla leer su poesía o hablar de ella es uno de los placeres mayores que uno puede darse el lujo de tener.


"A veces vuelo un poco", Eva Armisén.