miércoles, 1 de noviembre de 2017

LA ÚLTIMA FLOR DEL OTOÑO

Qué descubrimiento esta poeta. Habíamos seleccionado cinco o seis poemas para este post y podríamos haber seleccionado muchos más. Elegimos este por esta sensación de otoño que ya tenemos al salir de casa: flores que se apagan, árboles que se colorean y una sensación de final de algo que es, a la vez, comienzo de nuestra estación favorita. La última flor del otoño llega cargada de recuerdos y nos deja la huella de su belleza, ligera y efímera. 



Soy la última flor del otoño.
Me mecieron en la cuna del verano,
me ordenaron vigilar el viento del norte,
me brotaron llamas rojas en mi pálida mejilla.

Soy la última flor del otoño.
Soy la semilla más joven de la difunta primavera,
qué fácil es morir la última.
He visto el lago tan azul y de ensueño,
he oído latir el corazón del difunto verano,
mi cáliz no lleva otra semilla que la de la muerte.

Soy la última flor del otoño.
He visto los universos profundos y estrellados del otoño,
he visto la luz desde hogares cálidos y lejanos,
qué fácil es seguir el mismo camino,
cerraré las puertas de la muerte. 

Soy la última flor del otoño.





Edith Södergran (1892-1923) nació en San Petersburgo, en su casa hablaba sueco y estudió principalmente en alemán. Lo perdió todo en la revolución rusa y, aunque Finlandia fue su hogar adoptivo, no le daba mayor importancia a su identidad geográfica. Buscó la felicidad a través de una poesía filosófica que bebe del simbolismo y del modernismo, y que llega a nuestra sensibilidad un siglo después como recién estrenada, recién bruñida, lista para cantarse y contemplarse en su desarmante modernidad. 



jueves, 12 de octubre de 2017

EL SUEÑO

Hemos sacado este poema de un libro que acaba de publicarse en español. Se trata de Clásicos para la vida, y su autor, Nuccio Ordine, habla de estos versos con asombro, pues mientras que la mayoría de poemas de amor de la época (y de todas las épocas, en realidad) se basan en la desesperación por la imposibilidad de alcanzar a la amada, en este la amada está cerca, al alcance de los dedos, ambos listos para dejar por un momento de soñar y entregarse a lo picante de la realidad. 


Amor, querido amor, sólo por ti
habría interrumpido este sueño feliz;
se trataba de un tema propio de la razón,
demasiado picante para la fantasía,
así que sabia fuiste al despertarme; pero
no truncaste mi sueño, pues lo continuaste;
resultas tan auténtica que pensar en ti basta
para hacer de los sueños verdades, e historia de las fábulas;
ven a estos brazos, ya que tú mejor creíste
que no soñara yo todo mi sueño, el resto hagámoslo. 




John Donne (1572-1631) es quizá, junto a Shakespeare, el poeta inglés más importante de su generación. Su obra es de carácter metafísico, ocupó diversos puestos políticos y religiosos a lo largo de su vida y sus poemas circularon en versiones manuscritas entre sus amigos y conocidos, pero no se publicaron en forma de libro hasta después de su muerte en la edición preparada por su hijo John en 1633. 

domingo, 1 de octubre de 2017

NOCTURNO

Así estamos hoy. Con banderas en lugar de manos abiertas. Con violencia en lugar de diálogo. Centenares de heridos en Cataluña por la incapacidad de los políticos de utilizar las palabras con inteligencia y amplitud de miras. De utilizar las palabras. 



Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza,
las palabras entonces no sirven: son palabras. 

Balas. Balas. 

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas.
¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua! 

Balas. Balas. 

Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible, y calla. 

Balas. Balas. 

Siento esta noche heridas de muerte las palabras.




Rafael Alberti (1902-1999), miembro de la Generación del 27, tuvo que huir de España para salvar la vida tras la derrota de la República. Cuando llegan las balas, las palabras no sirven de nada. A él no le sirvieron para quedarse en su país, pero con ellas armó una obra de resistencia y gran calidad poética desde el exilio en Sudamérica, obra que sería reconocida a su regreso a España tras la muerte de Franco. Aquella generación poética, quizá la más brillante desde el siglo XVII, saltó por los aires por el fanatismo de los que preferían las balas a las palabras. Ojalá nunca vuelva a suceder nada parecido. 



sábado, 23 de septiembre de 2017

CONTIGO

¿Se lo escribiría a Concha Méndez?, me preguntó Patricia al leerme este poema por primera vez. Quizá. Quién sabe. Lo cierto es que podría habérselo escrito a ella, en aquellos años treinta de la república, de compartir imprenta y promover la poesía y el arte que ellos consideraban moderno, social y comprometido. Luego vino la guerra, el exilio y la distancia insalvable. Pero quedaron su vida compartida y sus esfuerzos. Y los poemas. 


No estás tan sola sin mí.
Mi soledad te acompaña.
Yo desterrado, tú ausente.
¿Quién de los dos tiene patria?

Nos une el cielo y el mar.
El pensamiento y las lágrimas.
Islas y nubes de olvido
a ti y a mí nos separan.

¿Mi luz aleja tu noche?
¿Tu noche apaga mis ansias?
¿Tu voz penetra en mi muerte?
¿Mi muerte se fue y te alcanza?

En mis labios los recuerdos.
En mis ojos la esperanza.
No estoy tan solo sin ti.
Tu soledad me acompaña.




Manuel Altolaguirre (1905-1959) fue quizá el poeta más intimista y espiritual de la generación del 27. Junto a su mujer, Concha Méndez, publicó buena parte de los libros y textos de sus compañeros de generación, desde Pedro Salinas hasta Luis Cernuda. Fue director de La Barraca, el grupo universitario de teatro itinerante que llevó la literatura clásica a muchos pueblos de España durante la república, se alistó en el ejército republicano durante la guerra civil. Tras pasar la frontera a Francia a principios de 1939, fue internado en un campo de concentración, del que logró salir gracias a la intercesión de figuras ilustres de la cultura francesa como Paul Eluard, Max Ernst y Pablo Picasso. Volvió del exilio en 1959 y murió en un accidente de coche, poco después. 

sábado, 16 de septiembre de 2017

TODO, MENOS VENIR PARA ACABARSE

Vivir para estar vivo. Parece una redundancia, aunque quizá no lo sea. Hay tanta gente que vive a medias. Encendida pero a media luz. Despierta pero con la mirada soñolienta. 
Concha Méndez era una mujer vitalista, puro nervio, y la imaginamos escribiendo este poema como si fuera corriendo entre la gente subiéndoles la luz, la emoción, la intensidad, enseñándoles que la vida, mientras dura, es siempre un inicio, no un final.



Todo, menos venir para acabarse. 
Mejor rayo de luz que nunca cesa; 
o gota de agua que se sube al cielo 
y se devuelve al mar en las tormentas.

O ser aire que corra los espacios 
en forma de huracán, o brisa fresca. 
¡Todo, menos venir para acabarse 
como se acaba, al fin, nuestra existencia!





Concha Méndez (1898-1986) fue una escritora de la Generación del 27, una sinsombrero amante de los deportes, los viajes, la literatura y la vida independiente y libre de los hombres de su época. Fue amiga de Buñuel, Lorca, Maruja Mallo, Alberti, Cernuda, Juan Ramón Jiménez. Junto a su marido, Manuel Altolaguirre, contribuyó a la difusión de la obra del grupo de la Generación del 27 desde las revistas literarias que dirigió. Debido a la Guerra Civil, se vio obligada a exiliarse y nunca regresó a su país. 



sábado, 2 de septiembre de 2017

DULCE ET DECORUM EST

Millones de hombres jóvenes fueron a la guerra de 1914 entusiasmados. Unos meses de heroísmo por la patria, pensaban. La exaltación de la muerte romántica, la de las canciones de gesta, los cuadros épicos y las novelas exaltadas. A los dos años, tras la batalla del Somme y varios millones de muertos en el lodo maloliente de las trincheras, el patriotismo heroico quedaba muy lejos, y lo que sentían la mayoría de soldados queda retratado en este impactante poema de Wilfred Owen, escrito desde el frente. 



Doblados en dos, como viejos mendigos envueltos en sacos,

las rodillas rotas, tosiendo como brujas, maldecíamos en el lodo,
hasta que le dimos la espalda a las bengalas que acechaban
y hacia nuestro lejano descanso avanzamos con dificultad.
Los hombres marchaban dormidos.
Muchos habían perdido sus botas,
pero seguían, cojeando, cubiertos de sangre. 
Todos lisiados y ciegos;
ebrios de fatiga; sordos incluso a los zumbidos
de las bombas de gas que caían suavemente a sus espaldas.

¡Gas! ¡Gas! ¡Rápido, muchachos! –un éxtasis al revolvernos,
ajustándonos las torpes máscaras justo a tiempo,
pero aún alguien gritaba y se movía, tropezándose
y confuso como un hombre envuelto en llamas o en cal viva.–
Turbio a través de los neblinosos cristales y la espesa luz verde,
como bajo el verde mar, lo vi ahogarse.
En todos mis sueños, ante mi visión impotente,
tira de mí, consumiéndose, atragantándose, ahogándose.

Si tú también, en algún sueño sofocante, pudieras caminar
detrás del carro al que lo arrojamos,
y pudieses ver los blancos ojos retorciéndose en su cara,
su cara que cuelga, como un diablo enfermo de pecado;
si pudieses oír cómo, con cada bache del camino, la sangre
va saliendo a borbotones de sus pulmones corrompidos con espuma,
obscenos como un cáncer, amargos como el bolo alimenticio
de viles e incurables llagas en lenguas inocentes;
mi amigo, no dirías con tal celo
a los niños ardientes por una gloria desesperada,
la vieja Mentira: dulce et decorum est
pro patria mori.




Wilfred Owen (1893-1918) fue uno de los poetas que mejor retrataron el horror de la primera guerra mundial. Tras un periodo de convalecencia, en el verano de 1918 decidió volver al servicio activo en Francia, a pesar de que podría haberse quedado en Inglaterra indefinidamente. Sentía la necesidad, o el deber, de seguir contando los horrores de la guerra con su poesía, y no podía hacerlo sin estar cerca de ellos. Murió durante el cruce del canal Sambre-Oise, una semana antes del final de la guerra. Tenía 25 años. 



sábado, 19 de agosto de 2017

YO ME LEVANTARA, MADRE...

Nos gusta el Romancero viejo porque nos evoca la tradición popular de la Edad Media, y hace que nos imagemos a sus protagonistas como héroes cuya leyenda supera su propia vida, hermosas doncellas enamoradas de su caballero: en definitiva, personajes de cuento. Además, su ritmo perdura en nuestra memoria como la musiquilla infantil con la que hemos querido acompañar estos versos. 



Yo me levantara, madre,
mañanica de San Juan,
vide estar una doncella,
ribericas de la mar.
Sola lava y sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños se enjugan
dice la niña un cantar:
Do los mis amores, do los,
¿dónde los iré a buscar?
Mar abajo, mar arriba,
diciendo iba un cantar,
peine de oro en las sus manos
y sus cabellos peinar:
dígasme tú, el marinero,
que Dios te guarde de mal,
si los viste a mis amores,
si los viste allá pasar. 




La creación del Romancero es una de las grandes conquistas de la literatura en España. Transmitidos de generación en generación por vía oral, estos breves poemas épicos y líricos, cuyo origen se remonta a los antiguos cantares de gesta, encontraron su redacción escrita y con ella su supervivencia en todos los dominios del ámbito hispánico, de forma que influyeron en gran parte de la poesía posterior.