sábado, 13 de febrero de 2016

PRONOMBRES

Uno de los verbos que más se repiten en los poemas de La voz a ti debida es vivir. Vivir en un mundo que merece ser vivido, vivir para disfrutarlo, para hacerlo nuestro y para cambiarlo. Vivir como sinónimo de amar, vivir a través de un sentimiento que transforma la existencia en algo nuevo y poderoso, y que a veces hace pensar que lo de antes no era vida. Vivir, también, en las palabras, en los pronombres, tú y yo, para volver a la esencia de lo que somos y desde la que vivimos, y amamos. Y vivir para compartir la pasión por la poesía y por la música, como hacemos en este blog, con una ilusión artesana por la belleza de las palabras. 

Nos gusta pensar que vivimos en los pronombres. Que un tú y un yo son suficientes para sentir el mundo en todo su esplendor. Y para darle un sentido. 
Acaban de reeditarse las cartas de amor que Pedro Salinas escribió a Katherine Whitmore. Razón de más para volver a sumergirse en los pronombres de uno de los mejores poetas del amor. 




Para vivir no quiero 
islas, palacios, torres. 
¡Qué alegría más alta: 
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes, 
las señas, los retratos; 
yo no te quiero así, 
disfrazada de otra, 
hija siempre de algo. 
Te quiero pura, libre, 
irreductible: tú. 
Sé que cuando te llame 
entre todas las gentes 
del mundo, 
sólo tú serás tú. 
Y cuando me preguntes 
quién es el que te llama, 
el que te quiere suya, 
enterraré los nombres, 
los rótulos, la historia. 
Iré rompiendo todo 
lo que encima me echaron 
desde antes de nacer. 
Y vuelto ya al anónimo 
eterno del desnudo, 
de la piedra, del mundo, 
te diré: 
«Yo te quiero, soy yo».


La obra de Pedro Salinas estuvo marcada por la relación que tuvo con Katherine Whitmore, una profesora de español que conoció en los cursos de la Universidad Complutense y con quien mantuvo un romance prolongado durante años, marcado por la distancia y el exilio. Tres libros inspiró dicha vivencia: La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento, sin duda la cumbre de toda su obra. 

Donna Rossa (1918), Amadeo Modigliani (1884-1920)

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