sábado, 20 de febrero de 2016

MIL

En esta casa vive una gallegófila enamoradiza. Una gallegófila madrileña que aprendió a hablar gallego para poder leer a Manuel Rivas en su lengua madre. Una gallegófila que no sabía que lo era hasta que, un día, en su instituto, un par de cuentacuentos, contaron los relatos de Ella, maldita alma y de ¿Qué me quieres, amor?. Desde ese momento, la madrileña enamoradiza se enamoró de las palabras y de la figura de Manuel Rivas. Iba a verlo a las Ferias del Libro, leía y recomendaba sus libros y hasta se interesó por su poesía. 

La gallegófila enamoradiza conserva, firmado, un libro de poemas que se llama El pueblo de la noche y Mohicanía revisitada, un poemario al que vuelve a menudo. Sobre todo para leer lo que para ella es una de las mejores declaraciones de amor que se han escrito en los últimos treinta años, en verso.



MIL

Tengo algo importante que decir
ahora que acabamos de despedirnos
para siempre.
Te quiero.
Clávame las uñas,
pero has de saber que también fui sincero
las otras mil veces.

Ella me acusa de no tener sentimientos
porque hablo y hablo
o no hablo.
Se va a comer las uñas,
sus altivas uñas escarlata.
Pero me iré.
Se lo dije y rió indiferente,
pero me iré
o no me iré.
Llegaré a una de esas ciudades,
no tan grandes como una ciudad,
donde se para el tren y ya no hay más tren,
con monjas que se sientan sobre un barril de cerveza
en la estación,
y miles de cuervos que esperan con sorna a El-Rey
o una cámara de cine.
De esa ciudad sale un autobús
tan viejo
que tiene un conductor que fuma
y que habla con los viajeros,
justo en cada curva,
cuando llueve,

y lo hace cada día desde siempre,
limpia el cristal con la mano,
como si estuviésemos cayendo,
llueve también dentro.
Y no pasa nada,
pues llegamos cuando escampa,
y sólo gotea en el autobús,
todos mojados menos los paisanos
que ríen
o no ríen.
Ésta ya no es ni ciudad ni nada,
pero hay un barco panza arriba
y una playa de arena negra.
Y hay también una cabina de teléfono.

¿Me oyes? Estoy en una cabina.
Si, bien.
No, nada.
Llovía en el autobús.
Sólo hay un bar.
Sí, tengo monedas.
¿De verdad? Yo también. No, aún no se corta.

Sí, sigo aquí.
No, no estaba pensando.
Escuchaba, eso es todo.
No sé qué decías. Escuchaba.
No, no es un libro.
Son las hojas de la guía.
¿Sabes cuál es el prefijo de Ras-Al-Khaimah?
Marcas 07, luego 971 y después 77
y ya puedes hablar con alguien en Ras-Al-Khaimah.
No, no es que no te escuche.
Escucho, sólo quiero escucharte.
Pero no me preguntes lo que dices.
No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo,
entender y pensar en ti.
Qué fácil es hablar con cualquier lugar.
No, no cortes, por favor.
Si cuelgas,
llamaré a Ras-Al-Khaimah
o a cualquier lugar.
Mientras tú hablas, no tengo frío.

Él era fuerte y débil
como un marine yanqui.
Ella, frágil e invencible,
como una guerrillera del Vietcong.



El padre de Manuel Rivas (1957), albañil, quería que siguiera sus pasos; su madre, lechera, le aconsejó seguir un trabajo en el que no se mojara, así que hizo caso a ésta, y se empeñó en estudiar, lo mismo que su hermana. Así llegó a ser periodista, socio fundador de Greenpeace España y escritor, y sin darse mucha cuenta, se convirtió en un ídolo para multitudes de gallegófilas enamoradizas y uno de los mayores referentes de la literatura gallega y española contemporáneas. 


The Plaza after rain (1908), Paul Cornoyer (1864-1923)


No hay comentarios:

Publicar un comentario