Hay quien puede crear literatura en medio del ruido: con niños gritando alrededor o mecidos por el ruido interminable de las cafeterías o los aeropuertos. Sin embargo, para escribir, todos necesitamos estar solos con nuestros pensamientos, con la idea que perseguimos o con la Musa de la que habla Bettina von Arnim, aquella que nos devuelve nuestro amor embellecido.
Ay, qué pronto está solo
el hombre solitario;
los otros viven, aman
y a él le dejan su pena.
En cambio, no está solo
el que se lanza al mundo,
pero ama y vive cosas
que nunca existirán.
Mas quien se dio a la Musa
no rehúye estar solo,
presiente que ella lo ama
y desea ser amada,
que corona su copa
y consagra sus penas
con dádiva tan cierta
que vuelve eterno todo;
le florece en el pecho
la llama de la vida,
percibe en lo divino
el ser más terrenal.
Bettina von Arnim (1785-1859) fue una de las escritoras alemanas más conocidas de la época del Romanticismo. De familia ilustrada, se casó con el poeta Achim von Arnim, con quien tuvo una relación poco acorde con las normas sociales de la época: a ella le encantaba el bullicio de la ciudad y a él, la tranquilidad del campo, así que ella vivía con sus hijos en el centro de Berlín y él a las afueras, y pasaban juntos las vacaciones de verano. Mantuvo una intensa correspondencia con Goethe (aunque él no siempre correspondiera a la calidez de sus cartas), y fue una activista apasionada en defensa de los derechos de las clases más desfavorecidas y, en especial, de las mujeres.
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