Patricia y yo esperamos muchas cosas. Por ejemplo, que la gente deje de agredirse por identidades inventadas, deje que estafar al Estado porque pueden permitírselo o se atreva a poner un rostro humano a aquel que llama refugiado. Para el siglo XXI esperamos muchas cosas. Tantas como esperaba Szymborska para el XX, o incluso más. Menos puños cerrados y más confianza. Más manos abiertas. Más generosidad. Y por supuesto, más literatura. Para preguntarnos cómo vivir y tener tantas respuestas ingenuas en la punta de la lengua que no sepamos por dónde empezar.
EL OCASO DEL SIGLO
Nuestro siglo XX iba a ser mejor que los anteriores.
Ya no podrá demostrarlo,
tiene los años contados,
titubeante el paso,
fatigada la respiración.
Ya han sucedido demasiadas cosas
que no debían haber pasado
y lo que tenía que pasar
no pasó.
Teníamos que avanzar, por ejemplo,
hacia la primavera y la felicidad.
El miedo tenía que dejar las montañas y los valles.
La verdad tenía que llegar a la meta
antes que la mentira.
Ciertas desgracias no iban
a suceder más:
por ejemplo, la guerra
y el hambre, y tantas otras.
Se iba a valorar
la indefensión de los indefensos,
la confianza y ese tipo de cuestiones.
Quien quería alegrarse del mundo
se encuentra ahora
ante una misión imposible.
La estupidez no es graciosa.
La sabiduría no es alegre.
La esperanza ya no es, por desgracia,
esa muchacha joven.
Dios iba al fin a creer en un hombre
bueno y fuerte,
pero el bueno y el fuerte
siguen siendo dos hombres diferentes.
Cómo vivir, me preguntó en una carta alguien
a quien yo pensaba formular
la misma pregunta.
Una vez más y como siempre,
según lo dicho anteriormente,
no hay preguntas más urgentes
que las preguntas ingenuas.
Wislawa Szymborska (1923-2012) vivió buena parte del siglo XX. Esperó muchas cosas de su siglo, y vio pocas realizadas. Con una mirada despierta y curiosa buscó lo excepcional en lo cotidiano, sin eludir la ligereza y la broma, a pesar de la crueldad y las sombras de su Polonia sovietizada. En las fotos aparece casi siempre sonriente, con el gesto travieso y plácido de quien ha encontrado una forma de serenidad a fuerza de luchar calladamente contra el dolor de un mundo terrible. Y así son sus poemas, perspicaces y tranquilos, amargos a veces pero sin oscuridad, como un laberinto con la puerta abierta.
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