Es fácil imaginarse al cortesano Pierre de Ronsard, sentado a su mesa, dejándose inflamar por palabras de amor. Palabras que convierten ojos en antorchas, deseos en cárceles y miradas en espuelas. Y es fácil, también, imaginar el efecto que podían provocar estas palabras en sus destinatarias: fuego, suspiros y fortalezas rendidas. El amor es una guerra que Ronsard no siempre ganaba. Pero sin duda sus palabras entraron victoriosas en más de un castillo considerado inexpugnable.
Esos dos ojos negros, antorchas de mi vida,
cuya luz esparcida que a los míos destella,
esclavizado han mi libertad doncella.
Condenada la tienen y a cárcel sometida.
Por esos ojos negros mi razón va aprehendida
y cual fuere el lugar en que el Amor me sella
no puedo hallar en torno una mira más bella,
pues no tengo otro bien ni cosa apetecida.
Es la única espuela que mi dueño me hinca;
ni otro pensamiento en mi mente se afinca
ni se inflama mi musa en ninguna otra lumbre.
No me acierta la mano con ninguna palabra
ni el papel en que escribo ningún ornato labra
sino esas dos bellezas que en mi alma son costumbre.
(Traducción de María Teresa Gallego Urrutia)
Pierre de Ronsard (1524-1585), conocido en su época como "príncipe de los poetas y poeta de los príncipes" fue, junto a su amigo Joachim du Bellay, el poeta más influyente del Renacimiento francés. Debido a su sordera tuvo que renunciar a la carrera militar y dedicó su juventud a viajar por toda Europa como cortesano de los sucesivos príncipes franceses. Su poesía bebe de la tradición helenística y de Petrarca, con el amor cortés siempre como tema favorito.
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