Las cosas son las que son hasta que las imaginamos distintas. Los paisajes, las personas, la luz. La noche. Todo está en los ojos con los que miramos la noche. Y mediante el milagro cotidiano de la imaginación, la oscuridad se convierte en hogar y la luna en misterio. En novia, intacta y desnuda, a la que escribir versos. Bonitos versos, como este poema.
Fuera del mundo, ausente,
mellada contra andamios,
has nacido otra noche
con tus venas azules,
igual que un globo inflado,
luna llena.
Globo inflado te llamo,
otros rostros de muerta,
nave, farol, pandero,
o blanca rebanada
o novia o meretriz
te llamaron por turno.
A tu luz se acogieron deslumbrados,
tristes y balbucientes
los poetas,
frioleros y turbios,
estremecidos, los enamorados.
Te invocaron sin tregua
a lo largo de un río subterráneo
de palabras marchitas
que viene desde Safo y Rosalía
a morir en mi boca.
Jugamos a invocarte,
levantamos antorchas de mentira
que sólo manosean tu vestido de tul.
Y tú, intacta y desnuda,
te escapas, luna llena,
subiendo apenas perceptiblemente,
navegando de noche con oblicuo reflejo,
como si nos oyeras, como si nos miraras.
Nadie te alcanzará,
ni por tu hueco abierto a incógnitos paisajes
ha atravesado nadie.
Tú rozas con tu luz la otra ladera.
Carmen Martín Gaite (1925-2000) es una de las novelistas españolas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, su faceta como poeta es mucho menos conocida. Pero no sorprende. Es fácil percibir una imaginación poética detrás de cada una de sus novelas, por la delicadeza y fantasía de su prosa y su preciosista uso del lenguaje.
Y así la imaginamos nosotros, elegante, culta, delicada, con sus poses misteriosas y seductoras. Poética.
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