¿Se lo escribiría a Concha Méndez?, me preguntó Patricia al leerme este poema por primera vez. Quizá. Quién sabe. Lo cierto es que podría habérselo escrito a ella, en aquellos años treinta de la república, de compartir imprenta y promover la poesía y el arte que ellos consideraban moderno, social y comprometido. Luego vino la guerra, el exilio y la distancia insalvable. Pero quedaron su vida compartida y sus esfuerzos. Y los poemas.
No estás tan sola sin mí.
Mi soledad te acompaña.
Yo desterrado, tú ausente.
¿Quién de los dos tiene patria?
Nos une el cielo y el mar.
El pensamiento y las lágrimas.
Islas y nubes de olvido
a ti y a mí nos separan.
¿Mi luz aleja tu noche?
¿Tu noche apaga mis ansias?
¿Tu voz penetra en mi muerte?
¿Mi muerte se fue y te alcanza?
En mis labios los recuerdos.
En mis ojos la esperanza.
No estoy tan solo sin ti.
Tu soledad me acompaña.
Manuel Altolaguirre (1905-1959) fue quizá el poeta más intimista y espiritual de la generación del 27. Junto a su mujer, Concha Méndez, publicó buena parte de los libros y textos de sus compañeros de generación, desde Pedro Salinas hasta Luis Cernuda. Fue director de La Barraca, el grupo universitario de teatro itinerante que llevó la literatura clásica a muchos pueblos de España durante la república, se alistó en el ejército republicano durante la guerra civil. Tras pasar la frontera a Francia a principios de 1939, fue internado en un campo de concentración, del que logró salir gracias a la intercesión de figuras ilustres de la cultura francesa como Paul Eluard, Max Ernst y Pablo Picasso. Volvió del exilio en 1959 y murió en un accidente de coche, poco después.