sábado, 30 de abril de 2016

ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ

Pocos poemas hay en la literatura universal tan desgarrados, tan perfectos en la forma a la vez que viscerales y apasionados en el contenido como la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández. Nos gusta por el sentimiento, por esos símbolos rurales de su poesía, siempre tan cercana a la tierra y a sus gentes, y porque es muy difícil llegar al último verso sin lágrimas en los ojos. Emoción, pasión y siempre la palabra exacta para cada sentimiento. Ramón Sijé, muerto a los veintidós años de una septicemia fulminante, nunca pudo imaginar que su amigo Miguel, alejado de él y de su afecto desde hacía algún tiempo, le escribiría un poema como este nada más enterarse de su muerte. A través de él, su recuerdo pervive, y ha terminado por encarnar uno de los ejemplos más intensos del duelo en la poesía. 


(En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.


A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.



Miguel Hernández es el poeta del pueblo. Comprometido, militante, su voz poética no dudó en estar con los más débiles, con el pueblo herido por la Guerra Civil. Mañana, 1 de mayo, se conmemora el Día del Trabajador y lo hemos traído hoy al blog para rendir un homenaje al poeta de su generación más sensible al sufrimiento del pueblo, más consciente de la necesidad de tomar partido, de no ceder a la represión y la barbarie del Bando Nacional y luchar con todas sus fuerzas, con la palabra y con el fusil, por la dignidad y la libertad. Al final, como tantos, acabó en un cárcel franquista donde moriría, enfermo y olvidado, con 31 años, sin saber que con los años acabaría convirtiéndose en uno de los mejores poetas de la literatura española de todos los tiempos. 


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