sábado, 23 de enero de 2016

LA CASA DE LA LLAVE

Nos gustan las imágenes, los símbolos y las metáforas. Por eso, nos enganchamos a la idea del iceberg en este sábado de enero. Porque hoy recitamos dos poemas escritos desde la sensibilidad de quien trabaja con mujeres, pero no con mujeres cualesquiera, sino con esa parte de mujeres del ochenta por ciento sumergido del iceberg, las invisibilizadas, de las que no conocemos apenas nada porque no han muerto, porque sus asesinos no las han traído a la palestra minutos antes de suicidarse. 

Las mujeres de La casa de la llave pertenecen a ese porcentaje enorme de mujeres que día a día libran una batalla contra aquellos a quienes un día amaron y que dijeron amarlas; son mujeres de todas las edades, procedencias y fortalezas variables. Son invisibles excepto para los ojos de quienes están atentos, como los de Mada. Por eso, este sábado, para visibilizar y hacer emerger esa parte inmensa del iceberg, dos poemas de una amiga:



En pijama
con ojeras
ha tenido pesadillas
ha oído voces toda la noche
no puede desayunar
mira el reloj a cada momento
vaga por los pasillos
busca alguien con quien hablar
para repetirle otra vez más
lo que ya todas sabemos
que mañana tiene juicio
se decide la custodia
con quién vivirá su niña
es que puede que vaya él
es que puede que me vea
es que no quiero que me vea llorar
es que puede que no lo aguante

claro que lo aguantarás
dicen las otras
míranos
nosotras lo aguantamos
ve allí
di lo que tengas que decir
y vuelve pronto 

*        *        *

Si no fuera por mis hijos
qué hago yo en este mundo
ahora mismo me tiraría por el balcón
¿por qué dice balcón si tenemos ventanas?
me siento a su lado
en la cama llena de muñecos
recordándole todas las cosas que tiene
que es una persona única en el mundo
picándole la curiosidad para vivir
un poco más
vivir un poquito más
hasta que se le pase la crisis
hasta la cita con salud mental
hasta que suene la música

le digo que no se tire
que se haría daño
que se pondría todo perdido
que por favor no nos haga bajar a limpiar la calle
entonces sonríe
yo me quedo más tranquila
y me doy cuenta
de lo asustada que he estado.


(Óscar)
Mada Alderete (1959). Cuando, desde mi sensibilidad masculina, yo aún no sabía casi nada de esa parte sumergida del iceberg, su libro La casa de la llave fue mi rito de iniciación en la violencia contra las mujeres a través de la poesía. Con él brotó en mí una conciencia más profunda, tocó una cuerda en mi interior que desde entonces no ha dejado de resonar. Fue una voz que dio voz a otras que no la tenían, que estaban silenciadas por el miedo, el dolor y la rabia. Conozco a Mada desde hace años. Amiga admirada, cercana y sincera. Hacen falta muchas voces como ella, personas sensibles que sepan lo que es el dolor y se hayan atrevido a tender una mano abierta y llevar la palabra a mujeres maltratadas. Personas, por ejemplo, como Patricia. 


(Patricia)
A Mada yo aún no la conozco, pero es como si la sintiera ya parte de mi propia vida. Compartimos muchas cosas sin que lo sepamos ninguna de las dos. Ambas hemos colaborado en casas de acogida y nos ha movido la sensibilidad por las mujeres que han sufrido de un modo u otro el maltrato por razones de sexo. Recitar uno de sus poemas es tender un hilo a nuestras historias y acercar a los lectores y oyentes la realidad que nosotras hemos conocido y que denunciamos en esta búsqueda incesante por hacer un mundo mejor. Un mundo donde Madas, Óscars o Patricias no dejen de rebelarse contra las injusticias.




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